Caperucita Roja y otras historias de terror y hambre: el pasado histórico de los cuentos “infantiles”
Hoy quiero compartirles un excelente artículo que encontré
surfeando en la web de Pijamasurf, el cual pretende desentrañar un poco la
verdad sobre la reescritura de los cuentos (que hoy son infantiles).
Caperucita Roja y otras historias de terror y hambre: el pasado histórico de los cuentos “infantiles”
Por: Úrsula Camba Ludlow
Todos crecimos escuchando, leyendo o viendo en pantalla cuentos infantiles: Cenicienta,
Caperucita Roja, El Gato con Botas, Pulgarcito, Blancanieves, Barba
Azul, Las habichuelas mágicas, Jack el Cazagigantes, Rapunzel, Hansel y
Gretel. Esas historias con final feliz tienen también un origen y un
pasado, un contexto en el cual tenían otro sentido para quienes los
narraban y aquellos que los escuchaban: los campesinos analfabetas y
paupérrimos de Francia, principalmente.
La historia no es sólo una serie de
sucesos políticos, de grandes acontecimientos o de hazañas épicas. Es
posible adentrarse en otros aspectos profundos de la historia, lejos de
las intrigas palaciegas y las decisiones de Estado, en las cuales
evidentemente la “gente común” no participaba. ¿Cómo entonces, penetrar
en la mente colectiva de esas personas, sin rostro, sin nombre, que
habitaron hace siglos y que no dejaron un testimonio de su puño y letra?
¿Cómo conocer los códigos, valores y símbolos de una época? Eso no es
posible descubrirlo en los tratados de paz, ni en las declaraciones de
guerra, de independencia o en las constituciones.
Los cuentos “infantiles” que han llegado
a nuestros días han pasado por filtros, modificaciones y “maquillajes”
para adaptarlos al gusto de distintas épocas, como lo hicieron en su
tiempo Charles Perrault, los hermanos Grimm y Walt Disney.
En efecto, los cuentos son documentos
históricos. Han evolucionado durante muchos siglos y se han modificado
en distintos contextos culturales. Tomemos como ejemplo una versión que
antecede al cuento de Caperucita Roja no apta para niños hoy en día:
Una chiquilla es enviada por su madre
para llevar a su abuela pan y leche, el lobo la intercepta en el camino,
averigua su destino y llega antes que la niña, se disfraza y se mete a
la cama de la abuelita. Hasta ahí la historia no ofrece nada peculiar en
contraste con la versión que conocemos. Acá viene la diferencia: el
lobo mata a la abuelita, pone su sangre en una botella, rebana la carne,
la acomoda en un platón y se la da a comer a la niña para después hacer
que se desnude y finalmente, comérsela. No diríamos que es un cuento
para niños. Tan sólo en Francia, se han rastreado aproximadamente 35
versiones del cuento de esta niña, en algunas aparece la caperuza, en
más de la mitad de esas versiones es devorada por el lobo y en algunas
más logra escapar mediante alguna artimaña.
Asimismo existen 90 versiones de Pulgarcito, 105 de Cenicienta y otras tantas de El Gato con Botas, Barba Azul, La Bella durmiente.
Antes de que Charles Perrault y los hermanos Grimm omitieran las partes
caníbales y violentas de estos y otros relatos “infantiles”, para hacer
versiones impresas, los cuentos se transmitían de manera oral, en las
largas noches de invierno al final del día, mientras los hombres
limpiaban sus herramientas y las mujeres hilaban en una rueca. Eran
cuentos para matar el tiempo… y el hambre. Los campesinos en los pueblos
luchaban para mantenerse en la pobreza y no pasar a la indigencia. La
carne es un producto que se consume sólo algunos días al año y la dieta
consiste principalmente en caldos hechos a base de agua, pan y alguna
hortaliza como nabo, cebolla o col. En los cuentos, los deseos de la
gente hambrienta se materializan en comida: en algunas versiones de Cenicienta,
la madrastra sólo le da de comer pan, mientras sus hermanastras son un
par de gordas que haraganean por la casa. La virgen María se aparece
cuando Cenicienta está a punto de morir de hambre y le da una varita mágica con la cual puede hacer aparecer los más suculentos banquetes, obvio Cenicienta
empieza a engordar (señal de que está saludable) y la madrastra a
sospechar… Los personajes de los cuentos (ya sean niños, pícaros,
sirvientes, molineros), cuando se les concede algún deseo, piden bollos,
un salchichón, todo el vino que puedan beber, papas en leche, pedazos
de queso, pan blanco, pasteles o un pollo…
Por otra parte, casi la mitad de los
franceses moría antes de cumplir los 10 años, la mortandad de bebés era
altísima. Algunos morían asfixiados por sus padres en la cama. Otros
eran abandonados, pues a menudo un hijo más era la diferencia entre la
pobreza y la indigencia. Los matrimonios duraban 15 años aproximadamente
y terminaban no por divorcio sino por muerte. Las madrastras
proliferaban por todas partes ya que los hombres que enviudaban se
volvían a casar con mucha frecuencia. Toda la familia se amontonaba en
una o dos camas y se rodeaba de ganado para mantenerse caliente. Los
hijos trabajaban con sus padres, casi en cuanto empezaban a caminar, no
había tratos preferenciales ni se les consideraba criaturas inocentes.
Así, la mamá de Pulgarcito vivía
en un zapato y tenía tantos hijos “que no sabía qué hacer”, en los
cuentos, los niños son abandonados, devorados por algún ogro, salen a
mendigar o a buscar fortuna evitando ser una carga para sus padres.
Una versión que antecede a La bella durmiente,
el Príncipe, que ya está casado, viola a la princesa y ella tiene
varios hijos sin despertar, hasta que son ellos quienes rompen el
encantamiento cuando la muerden al momento de amamantarlos. En una
versión anterior a Cenicienta, la madrastra trata de matarla empujándola al horno pero por error quema a una de las malvadas hermanastras.
El mundo de los campesinos es un mundo
cruel, brutal lleno de huérfanos y madrastras, donde hay que sobrevivir:
los caminos están desolados y al mismo tiempo llenos de peligros, los
lobos aúllan, los ladrones pueden estar agazapados en cualquier lugar.
Los viajantes no tienen dinero para pagar una posada y además ahí
también corren el riesgo de ser degollados y despojados de sus pocas
pertenencias. Sin sermones ni moralejas, los cuentos franceses muestran
que el mundo es un lugar cruel y peligroso, es mejor ser desconfiado. La
mayoría de los cuentos no están dedicados a los niños, más bien tienden
a ser admonitorios.
Nunca llegará a nosotros el dramatismo
con el que se contaban esos cuentos: el crepitar de la leña en el fogón,
las pausas, los golpes en la mesa, los gestos, las palmadas, las
carcajadas o los gritos que produjeron, pero, aunque difuso, alcanzamos a
percibir un débil rumor de los miedos y los deseos de aquellos seres
aparentemente mudos.
Referencia:Artículo disponible en
http://pijamasurf.com/2014/01/caperucita-roja-y-otras-historia-de-terror-y-hambre-el-pasado-historico-de-los-cuentos-infantiles/
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